El Convento de San Francisco

Representación pintada del convento de San Francisco de 1656

Una de las cosas de las que más nos quejamos los vallisoletanos es del bestial destrozo urbanístico que vivió nuestra ciudad allá por los años 60, cuando en nombre de la modernidad y por las necesidades de la época, se derribó una gran cantidad de edificios con un gran valor histórico y arquitectónico, pero este fenómeno no era algo nuevo en Valladolid, sino que viene de lejos

Este es el caso del Convento de San Francisco.

La orden franciscana, propietaria de este convento, se instaló en Valladolid a principios del Siglo XIII en una zona alejada de la ciudad y bastante insalubre, razones por las que en 1260, y gracias a la donación y patrocinio de Doña Violante, esposa del rey Alfonso X el Sabio, trasladan su morada al lugar que ocupó hasta su demolición.

El lugar elegido por los franciscanos se encontraba originariamente extramuros de Valladolid, si bien el propio crecimiento de la ciudad acabó situando este convento en el mismo centro de la misma.

Este nuevo y “humilde” hogar estaba delimitado por la plaza del mercado (actual Plaza Mayor), la calle de los Olleros (hoy calle Duque de la Victoria), la calle Santiago y la calle del Verdugo (hoy Montero Calvo), aunque fue un siglo más tarde cuando alcanzó su tamaño definitivo, momento en el que una ilustre vallisoletana, María de Molina, donó varias casas-palacio de su propiedad, cercanas al Convento y situadas en la calle Duque de la Victoria.

Superposición del plano de Ventura Seco de 1738 en plano de Google Earth, sacado de la muy recomendable página valladolidweb

Todo este inmenso terreno estaba rodeado por una cerca que constaba de dos entradas: la principal, que estaba situada en la actual Plaza Mayor, desde la que se accedía a un corralón y desde ahí a la iglesia, la cual ocupaba lo que hoy en día sería la Calle Constitución, y la secundaria, que estaba situada en la Calle Santiago a la altura de la Iglesia de Santiago, llamada la Puerta de Carretas, por la que se accedía a  través de un pequeño callejón hasta la propia iglesia, y que en 1599 se decoró con una hornacina con la figura de San Francisco.

Como podéis imaginaros, dentro de los muros del Convento de San Francisco había multitud de instalaciones. En concreto, contaba con la propia iglesia, varios claustros, las dependencias monacales, un pozo de la nieve, un aljibe, hospedería, huerta, corrales y jardines, así como otras dependencias no dedicadas a las funciones propias del convento, como eran las viviendas particulares vendidas o cedidas por los propios franciscanos, un hospital y unas dependencias concejiles junto a la puerta principal.

Plano del Convento de San Francisco realizado por Rodrigo Exea, que se conserva en el Museo de Valladolid

Poco a poco, este convento fue ganando miembros e importancia hasta convertirse en el convento franciscano más importante de nuestro país. Como muestra de la relevancia de este convento, está el increíble patrimonio artístico que reunía en su interior, que sería la envidia del mejor de los museos, en el que nos encontramos con numerosas obras de Gregorio Fernández y Juan de Juni, abundantes capillas y altares de tal belleza que eran alabadas por sus coetáneos, así como la especial importancia de los personajes enterrados en su recinto. Por ejemplo, se tiene constancia de que reposaban en este recinto los restos de Pedro de Castilla, hijo de Alfonso X de Castilla y de la reina Violante de Aragón, Enrique de Castilla, hijo de Fernando III de Castilla y de la reina Beatriz de Suabia, Leonor de Castilla, hija ilegítima de Enrique II de Castilla, Cristóbal Colón, descubridor de América y cuyo primer enterramiento tuvo lugar en este Convento, Don Álvaro de Luna, condestable de Castilla y valido de Juan II, quien tras ser decapitado en la Plaza Mayor, recibió sepultura en este lugar, o el curioso caso de Red Hugh O'Donnell, el último príncipe de Irlanda. A todos ellos hay que sumar el de un buen número de importantes cargos eclesiásticos, así como el de un misterioso abogado…pero esta será una historia que os cuente otro día.

Placa conmemorativa de los enterramientos en el Convento de San Francisco de Cristóbal Colón y del príncipe irlandés Red Hugh O'Donnell

Uno de los momentos álgidos en la vida del Convento de San Francisco, fueron las celebraciones por la canonización del patrón de nuestra ciudad, San Pedro Regalado, que fue formado en este Convento, y que tuvieron lugar en 1746 y 1747, año éste en el que se trasladó la imagen del patrón de Valladolid desde este desaparecido edificio a la Catedral.

En cualquier caso, la relevancia de este convento no se circunscribe tan solo a lo religioso, ya que también tuvieron lugar entre sus muros reuniones del concejo municipal, e incluso de las mismísimas Cortes.

Este convento también tuvo una especial relación con dos cofradías de la famosa Semana Santa de Valladolid: la de la Vera Cruz y la de la Pasión.

La primera de ellas nació dentro del convento, motivo por el que aún hoy los franciscanos se ocupan del cuidado de la Vera Cruz, y respecto a la segunda cofradía, era la que tenía como función recoger los restos de los ajusticiados por delitos de sangre y llevarlos hasta el propio convento, donde en la llamada capilla de Los Ajusticiados, los depositaban en un osario.

Como no podía ser de otra forma, el convento también se vio afectado por el incendio que en 1561 asoló nuestra ciudad, afectando gravemente a la fachada del convento, que se remodeló con la autorización y visto bueno del propio rey Felipe II.

Portada del Convento de San Francisco dibujada por Ventura Pérez

La vida monacal tras los muros del Convento de San Francisco discurrió sin grandes novedades hasta la llegada de los franceses y la consiguiente Guerra de la Independencia.

La llegada junto con los soldados de Napoleón de las nuevas ideas anticlericales, fue un duro golpe para este convento, ya que además de la supresión de las órdenes religiosas, supuso que solamente se autorizara mantener la iglesia para la celebración de misas, iniciándose el “desguace” del resto de instalaciones, en unos casos para ser entregadas a otros titulares no religiosos, y en otros, para ser derribadas y edificar de nuevo en su lugar.

En 1814, una vez terminada la guerra con Napoleón, los franciscanos volvieron al lugar para tratar de devolver al convento parte de su esplendor, pero lo peor aún estaba por llegar.

En 1835, la Desamortización de Mendizábal le dio el golpe de gracia, poniendo a la venta huertas, árboles, útiles, patios y demás edificaciones, por un precio total de 4.520.060 reales y 17 maravedíes. Al no existir ninguna oferta, “la junta de ventas de edificios y efectos de los conventos desamortizados” se hizo cargo de los terrenos, procediendo, con cargo al Estado, a la demolición de todo el Convento, que tuvo lugar el 1 de febrero de 1837, para una vez finalizada, poner a la venta todos los solares, reservándose el Ayuntamiento parte del espacio para la creación de nuevas vías públicas, como es el caso de la actual Calle Constitución.

El precio de adquisición de este enorme terreno no estaba al alcance de cualquiera, por eso no se encontró un comprador hasta 1847. El adjudicatario fue el industrial navarro, aunque afincado en nuestra ciudad, Pablo Ochotorena, que para que os hagáis una idea de su poder adquisitivo, en los registros aparece en 1852 como el quinto mayor contribuyente de la ciudad a las arcas del estado. Un “millonetis”, vamos.

Reproducción de la portada del Convento de San Francisco situada tras el Ayundamiento, en el Callejón de San Francisco

Ochotorena, al efectuar la adquisición, se comprometió a abrir lo que posteriormente será la calle Constitución y la actual Calle Menéndez Pelayo, alrededor de las cuales se levantaron entre los siglos XIX y XX viviendas y edificios emblemáticos de Valladolid, como son el actual Casino Cultural, el Palacio Ortiz Vega (actual sede del BBVA), el Teatro Zorrilla o el edificio de la Unión y el Fénix, aunque este ya se edificó en 1904.

Sobre lo que nos ha quedado del que fue en su día un impresionante convento y de su excepcional patrimonio, decir que se utilizaron muchas de sus baldosas para pavimentar el antiguo Ayuntamiento y para construir la torre del reloj, y que algunas importantes obras de arte creadas por Gregorio Fernández y Juan de Juni que pertenecieron a este convento, aún se pueden ver en el Museo Nacional de Escultura, si bien la mayoría se encuentran en paradero desconocido, aunque a buen seguro, dejando un buen rastro de dinero en el bolsillo de alguien.

Esta es la historia de este enorme e impresionante Convento de los Franciscanos, de los que no muchos tienen conocimiento, y cuya desaparición fue determinante para la configuración de la zona centro actual de nuestra ciudad.

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