El asesinato de Petra Moyano (o de los mil duros)
A la vista del gran éxito que están teniendo los “true crimes” en las plataformas de pago, y del exageradamente generoso espacio que tiene la crónica de sucesos en la televisión, se me ha ocurrido que podría interesaros saber que en nuestra ciudad también han ocurrido hechos bastante truculentos, así que me he decidido a traeros un pedacito de la crónica negra de Valladolid: se trata del denominado asesinato de los mil duros.
Corría el año 1885. Valladolid se encontraba en un excelente momento. Económicamente, se había convertido en una de las ciudades más importantes de España gracias al “oro” de nuestra tierra, es decir, el cereal, y a una incipiente industrialización, unos factores que impulsaron la modernización y transformación de nuestra ciudad.
Pero la desgraciada protagonista de esta historia, no pudo disfrutar de este momento vibrante de Valladolid durante mucho tiempo…
Petra Moyano vivía en el número 38 de la muy vallisoletana Calle María de Molina. Se trataba de una mujer de 68 años que vivía sola, a quien no se la conocía ni familia ni amigos salvo por un par de visitas semanales, y con un carácter que sobrepasaba el de reservado, ya que sus vecinos no sabían nada de su vida, algo muy común en las Comunidades de Vecinos de hoy en día en las que cada uno va a lo suyo, pero algo muy raro en una época en la que lo normal era conocer hasta el último detalle de la vida íntima de cualquier persona.
Ya sabéis, sin internet y sin televisión…las opciones de entretenimiento eran otras.
El caso es que, aunque Petra Moyano fuera una completa desconocida para sus vecinos, sí que se la veía entrando y saliendo de su casa, incluso se prodigaba con alguna conversación típica entre vecinos del tipo “buenos días, qué frío hace…”, pero de pronto, desapareció.
Las nieblas y el mal tiempo propio de nuestra ciudad, que ya hacía de las suyas en aquel mes de octubre, y sobre todo, el estallido de un importante brote de cólera que no tardó en expandirse por todo Valladolid, causando un gran número de muertes, hicieron que en un principio a nadie le extrañara su ausencia, pero a medida que pasaban los días, y que Doña Petra seguía sin dar señales de vida, los inicialmente inocentes comentarios de sus vecinos se volvieron nervios y preocupación por la anciana, de tal forma que un “comité delegado” de vecinos se decidió a hacer una visita a la Señora Moyano, pero el resultado no fue el esperado, ya que tras llamar a su puerta en numerosas ocasiones, no encontraron respuesta, con lo que terminaron haciendo lo más lógico: llamar a la policía.
Hasta allí se dirigieron el jefe y el subjefe de la guardia municipal, quienes en un alarde de perspicacia, volvieron a llamar a la puerta de Petra Moyano. Evidentemente, el resultado fue el mismo. Nadie respondió.
El protocolo obligaba a llamar al juez municipal, ya que en una época en la que ya existían constituciones y reconocimientos de derechos, la policía no tenía la facultad de echar abajo la puerta de una casa así como así, y este juez, una vez personado en la vivienda de la Calle María de Molina, volvió a llamar a la puerta.
El viejo dicho de que a la tercera va la vencida no se cumplió esta vez, con lo que se hacía necesario buscar una solución para poder acceder a la vivienda de Petra Moyano, y en este asunto se encontraba el juez municipal devanándose los sesos, cuando uno de los vecinos que merodeaban por el lugar, unos por preocupación, otros por mera curiosidad, y otros por ser la estrella por un día del café contando todos los pormenores del suceso, gritó que una de las puertas del balcón estaba abierta.
¡Eureka! Pensó el juez, y ordenó a uno de los guardias municipales y al sereno, que no era precisamente un cuerpo de élite, que escalaran para colarse por el balcón, y abrir desde dentro la puerta del hogar de la involuntaria protagonista del día.
El grupo formado por curiosos y autoridades se mantenían expectantes a la actuación de los agentes mientras que en los corrillos se comentaban diversas teorías: que si la anciana estaría de visita, que si habría fallecido por el cólera, que si se encontraba en el interior pero imposibilitada para hacerse oír…pero pronto se acabaron las conjeturas.
Los rostros del guardia y del sereno asomando por la puerta de la vivienda de Doña Petra dejaban claro que lo que habían encontrado dentro no era agradable.
Aunque nada hacía esperar lo horrendo del espectáculo.
Una vez entraron en la casa de la anciana, el juez municipal y el resto de autoridades se encontraron con el cuerpo de Petra Moyano tirado en el suelo y degollado, y siguiendo la crónica periodística publicada sobre este suceso, “el cadáver de aquella anciana estaba tendido boca abajo y con la cabeza casi separada del tronco a causa de varias heridas, que se veían en el cuello, inferidas por un instrumento cortante y punzante”. Poco más se puede añadir a esta descripción…
Si llamativo era el cadáver de la pobre anciana, no lo era menos el estado de su casa.
La vivienda aparecía tan desordenada como si un grupo de gremlins hubiera hecho de las suyas: armarios volcados, ropajes esparcidos por la casa, papeles desperdigados, baúles abiertos...no había quedado nada en orden, por lo que todo hacía pensar que Doña Petra había sido asesinada como consecuencia de un robo que había salido mal.
Sin embargo, faltaba aún por hallar el elemento más importante y a la vez más desconcertante de la escena, y es que uno de los agentes desplegados, en la inmediata inspección ocular del crimen, encontró entre el brazo y la cabeza de Petra Moyano una nota anónima, en la que aparecía escrita con una letra tosca, una amenaza de muerte si la anciana no pagaba 1.000 duros a quien se supone que cometió el crimen.
Tened en cuenta que 1.000 duros era auténtico dineral para la época...
La sorpresa fue mayúscula entre la policía y los vecinos curiosos que merodeaban por allí, nadie podía imaginar que la discreta anciana estuviera siendo chantajeada, y lo que parecía un claro caso de robo que se fue de las manos, ya no lo era tanto.
Empezaron las investigaciones, los interrogatorios, en Valladolid empezaban a circular teorías sin fundamento sobre quién podía ser el asesino… pero lo cierto era que la prácticamente nula relación de Doña Petra con sus vecinos, su vida monótona y sin sobresaltos, y sus escasos contactos sociales, llevaban a la policía a un callejón sin salida una y otra vez, transcurriendo inexorablemente los días y los meses sin encontrar ningún sospechoso, hasta que nuevos sucesos hicieron que las fuerzas de seguridad se centraran en otros asuntos, dejando a un lado la búsqueda del asesino de Petra Moyano, que seguía caminando libre por las calles de Valladolid, y que nunca fue atrapado.
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