El Palacio de los Condes de Benavente

 


El protagonista de la entrada de hoy es un edificio espectacular al que los más jóvenes llamamos Biblioteca de Castilla y León, pero que, en su momento, fue el palacio más impresionante de la ciudad: el Palacio de los Condes de Benavente.

Para encontrar los orígenes de este inmenso palacio, tenemos que coger el Delorean para viajar a principios del siglo XVI, un momento histórico en el que el Imperio Español se encontraba en su punto álgido, y Valladolid era una de sus ciudades más importantes, una ciudad en la que habitaba una importante e incipiente burguesía, y algunos de los más importantes nobles del reino de Castilla, entre los cuales se encontraba Don Alonso Pimentel y Pacheco, conocido por sus amigos como el Conde de Benavente, hombre de acción y persona muy cercana a la realeza, un dato a tener en cuenta por lo que sucedería unos años después.

Acuarela de Valentín Carderera que se encuentra en el Museo del Prador, en el que se ve el Palacio de los Condes de Benavente en 1836

Miembro de una de las familias con mayor solera de Castilla, desde joven intervino en primera persona en la multitud de guerras en las que se sumió el reino durante el siglo XV, llegando incluso a ser apresado por el rey de Portugal en la Guerra de Sucesión Castellana por su apoyo a la futura Isabel I, un pequeño contratiempo que se vio recompensado con una gran cercanía a la nueva familia real gracias al acierto a la hora de elegir bando, una buena posición que se mantuvo tras la muerte de la reina católica, y tras su ascenso por promoción interna al puesto de titular como Conde-Duque de Benavente al fallecer su padre, como demuestra el hecho de que recibió y hospedó en sus propiedades de Benavente a los reyes Felipe el Hermoso y Juana la Loca.

Imagen del Palacio de los Condes de Benavente a principios de Siglo XX

Como veis, Alonso Pimentel y Pacheco era uno de los más importantes e influyentes nobles del Reino de Castilla, y como es lógico, era necesario que tuviera un lugar de residencia en Valladolid, que era donde se “cortaba el bacalao”, así que en 1516, aprovechando que su padre había comprado unos “pequeños” terrenos en la capital, en concreto, los que iban desde lo que hoy día es la Plaza de la Trinidad, hasta el actual Paseo de Isabel la Católica, se decide a edificar el palacio que será su hogar.

Para ello, encarga los trabajos a un arquitecto cuya identidad no está clara, y al cantero García de Entrambasaguas, pero nada más iniciarse las obras, surgen ciertos problemas.

El Palacio de los Condes de Benavente en los años 20 del pasado siglo

En Valladolid existía un enorme descontento con el gobierno del emperador Carlos, un malestar que tan solo cinco años después desembocaría en la revuelta comunera, y dada la cercanía y amistad que mantenía el Conde de Benavente con el emperador, a quien incluso acompañaba en algunos de sus viajes, la construcción de un edificio que tenía más de fortaleza que de palacio, olió a chamusquina a los vallisoletanos

Para salir de dudas, se creó una comisión mixta compuesta por dos representantes de la ciudad y otros dos del Conde de Benavente, que a diferencia de las comisiones de investigación de hoy día, sí llegó a alguna conclusión, que fue la de no considerar al palacio como una fortaleza encubierta, al tener en cuenta que sus troneras no eran defensivas, sino para facilitar la entrada de luz, que el espesor de sus muros no se podía considerar preocupante, y en cuanto a sus torres…ya existían otros palacios en Valladolid con esas mismas características.

Fachada del Palacio de los Condes de Benavente en los años 20 del pasado siglo

Con estas conclusiones, los regidores permitieron que se edificara este magnífico palacio, pero con la única condición de que no se construyera el torreón de 16 metros cuadrados de anchura proyectado...condición que el Conde de Benavente no debió de entender correctamente, ya que finalmente lo construyó y estuvo en pie hasta 1842, año en el que se derruyó, utilizándose sus materiales en el fuerte de San Benito.

Una vez superados estos “pequeños problemillas”, se reanudó la construcción del Palacio de los Condes de Benavente, finalizando las obras en 1520.

Portada del Palacio de los Condes de Benavente en los años 20 del siglo pasado

El resultado fue un impresionante palacio que llamó la atención de importantes artistas y cronistas de la época, incluso el embajador veneciano escribió sobre él, convirtiéndose el Palacio de los Condes de Benavente en el más importante de todos los levantados en Valladolid a lo largo del siglo XVI, y el que mejores vistas tenía, al estar construido junto al río Pisuerga.

La sensación de grandeza de su tamaño, ya de por sí enorme, con sus 74 por 107,90 metros, era aumentada por la ausencia de ornamentación exterior, que a su vez hacía destacar su puerta principal, adornada con molduras renacentistas y con los escudos que componían la familia Benavente: el de los Pimentel y el de los Herrera.

Imagen del Palacio de los Condes de Benavente en los años 60 del pasado siglo

El palacio se remató con cuatro torres, una de las cuales no se reconstruyó tras los sucesivos incendios, y en la parte posterior, se creó un extenso jardín con estanques sobre el que se abría una galería. Como añadido posterior, ya en la época de Felipe III, se creó un parque que iba hasta el río, que concluía en un embarcadero que posibilitaba que el rey pudiera atravesar el Pisuerga para llegar al Palacio de la Ribera sin salir del palacio.

El interior no se quedaba atrás. La residencia de los Benavente se organizó en torno a dos patios de estilo renacentista, el primero de ellos adornado con columnas, separados por la escalera principal, que distribuían las habitaciones propias de toda vivienda de un noble, además de una importante armería, una librería, una capilla, un salón de comedias, una botica… y hasta una llamada “pieza del juego de trucos”.

Sin embargo, cuando aún olía a nuevo el palacio, y Alonso Pimentel y Pacheco no había terminado de desembalar la mudanza, estalla la revuelta comunera.

Vista del Palacio de los Condes de Benavente en los años 70 del pasado siglo

A pesar de adoptar una posición algo confusa en sus inicios, se mantuvo leal al Emperador Carlos, luchando en la batalla de Tordesillas y apoyando con sus tropas a las fuerzas imperiales. Como sabéis, la cosa no terminó muy bien para los de Bravo, Padilla y Maldonado, pero sí para el Conde, que una vez más eligió el bando ganador, consiguiendo así nuevos beneficios para su familia, aunque el bueno de Alonso fallecido en este Palacio en 1534, no llegó a ver su hogar utilizado como sede de las Cortes Generales en 1555 y de numerosos Consejos Reales, como alojamiento de Felipe II en 1559 y 1601, y al trasladarse la capitalidad del reino a Valladolid, este palacio tuvo el honor de servir de residencia temporal de Felipe III y el resto de su familia.

Y hablando de la familia de Felipe III…en el Palacio de los Condes de Benavente nacieron dos de sus hijas, la infanta María, que murió poco después de nacer, y la infanta Ana Mauricia, que supongo que no os dirá nada, pero si os digo que Ana Mauricia fue la esposa de Luis XIII, y por lo tanto, reina de Francia y madre de Luis XIV, más conocido como el rey sol, seguro que os suena más.

Ana de Austria, hija de Felipe III y madre de Luis XIV pintada por Rubens

A pesar del fugaz paso de la corte por Valladolid, y el consiguiente declive de nuestra ciudad, unos años después, a mitad del siglo XVII, llegaría la edad de oro de este palacio, cuando su destino se unió al de Juan Francisco Alonso Pimentel, nuevo Duque de Benavente, un experto militar que tras la guerra con Portugal, ocupó un importante cargo al servicio de la Corte de un ilustre vallisoletano, Felipe IV.

A consecuencia de su recién estrenada privilegiada posición, trasladó sus pertenencias desde Benavente a su palacio de Madrid y, sobre todo, al de Valladolid, convirtiendo a este palacio en el hogar de un sinfín de libros y de obras de arte.

A pesar de que sus contemporáneos bromeaban sobre su poca inclinación a la lectura y al arte, por un lado consiguió reunir una magnífica biblioteca en la que se encontraban libros de Lope de Vega, Cervantes, Góngora, Santa Teresa de Jesús…es decir, los best-seller de su época, y por otro lado, convirtió a su palacio de Valladolid en un museo en el que se encontraban obras por las que hoy en día se provocarían duelos a muerte entre los más importantes museos del mundo, compuesto por pinturas heredadas de sus antepasados de artistas como Rafael, Tintoretto, Bronzino, Barocci, Caravaggio, El Bosco o El Greco, y las reunidas por él mismo con obras de Ribera, Rubens o Velázquez, que inmortalizó al Duque de Benavente en su propio cuadro, además de multitud de estatuas de enorme calidad artística.

Juan Francisco Alonso Pimentel, Duque de Benavente, en el famoso cuadro de Velázquez que actualmente se encuentra en el Museo del Prado

Esta colección de arte ha sido, es, y siendo realista, será, la mejor colección de arte que ha existido y existirá nunca en Valladolid, de hecho, se cuenta que el propio rey Felipe IV llegó a sentir envidia de lo que el Duque de Benavente había reunido en su palacio.

Pero llegó 1667 y un terrible incendio se llevó por delante una importante parte de las obras que contenía, y posteriormente, en 1716, llegó el desastre final, un nuevo incendio que, a la vista de la investigación que se llevó a cabo posteriormente, tenía toda la pinta de no haber sido para nada casual, y que acabó con la vida de tres personas y destruyó numerosas pinturas, libros y estatuas, obras a las que muchas se las perdió el rastro para siempre, bien por arder en el incendio, o bien por aquello de “en río revuelto, ganancia de pescadores”. El resto del patrimonio artístico que se salvó, no volvería a Valladolid, ya que unos años después, la casa de los conde-duques de Benavente recayó en la Casa de Osuna.

Este último incendio se consiguió sofocar casi doce horas después y causó graves daños al edificio, afectando a la fachada y a toda la parte del palacio orientada a San Quirce, llevándose a cabo ciertas actuaciones de conservación y mantenimiento, pero obligando al Conde de Benavente a pagar una costosa reparación en un tiempo en el que la familia ya no era lo que fue, más aún, teniendo en cuenta que sin descendencia propia, este iba a ser el último de la estirpe de los Benavente. Ya sabéis el dicho, para lo que me queda dentro…me cago en el convento.

Estado del patio del Palacio de los Condes de Benavente antes de su restauración

Con estos mimbres llegamos a 1799, momento en el que este palacio deja de pertenecer a la Casa de Osuna, la heredera de los Benavente.

Fue el Ministerio de la Guerra quien lo adquiere con la intención de instalar en sus dependencias un cuartel, pero dada la cercanía de otras instalaciones militares como el cuartel de San Benito, las idas y venidas en los gobiernos estatales de la época, y las necesidades de nuestra ciudad, la Diputación Provincial lo adquirió en 1801 para dar cobijo a los niños huérfanos, convirtiéndose en el Hospicio de Valladolid.

Dado el enorme espacio que ocupaba el Palacio de los Condes de Benavente, unos años después se realizó una reforma de su interior para ampliar las funciones de este edificio, ubicando en él la sede de las Casas de Maternidad y Misericordia, unos servicios, el de hospicio y el de casa de maternidad, que vino prestando hasta los años 70 del pasado siglo, cuando debido a su mal estado, se cerró el palacio.

Imagen del Palacio de los Condes de Benavente en los años 80, antes de su restauración

Tras años de abandono, y cuando todo parecía indicar que el Palacio de los Condes de Benavente iba a acabar desapareciendo, en 1982 lo adquiere el Ministerio de Cultura para cederlo posteriormente a la Junta de Castilla y León, que tras una dura y complicada reconstrucción y rehabilitación para tratar de recuperar en la medida de lo posible su aspecto original, consiguió darle una segunda vida instalando en su interior la Biblioteca de Castilla y León, que abrió sus puertas en 1990.

Patio del Palacio de los Condes de Benavente en la actualidad

Desde entonces, esta es la sana función que cumple este extraordinario palacio, la de una biblioteca muy completa en la que además de libros, podemos encontrar música, cine o juegos, formando una parte importante de la Plaza de la Trinidad, y una parte imprescindible del centro de Valladolid.

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