El sillón del diablo
Valladolid, como toda
ciudad que se precie, también tiene sus leyendas, algunas de ellas realmente
tenebrosas, como es el caso de la historia de la que vamos a hablar hoy.
La leyenda de “El sillón
del Diablo” surge a mediados del Siglo XVI, época en la que se instituyó la
primera cátedra de anatomía humana de España en la Facultad de Medicina de la
Universidad de Valladolid, que la colocó al mismo nivel de las más prestigiosas
del momento, como eran la de Bolonia o la de Montpellier.
Por ponernos un poco en
contexto, hay que tener en cuenta que por aquella época estaba totalmente
prohibido por la Iglesia Católica realizar autopsias u operaciones en el cuerpo
humano, lo que implicaba, en caso de contravenir esta norma y ser descubierto,
pasar un rato poco agradable en manos de la Santa Inquisición.
Gracias a un permiso real,
Alonso Rodríguez de Guevara, director de esta cátedra de anatomía, llevó a cabo
las primeras disecciones humanas de nuestro país, coincidiendo en el tiempo con
un joven alumno que obedecía al nombre de Andrés de Proaza, que desde el primer
momento demostró un enorme interés en el estudio de la anatomía humana.
Este joven estudiante portugués
nunca cayó muy bien a sus compañeros, más bien todo lo contrario.
Sus orígenes sefardíes,
unido a su carácter estudioso y su gran aplicación a la materia, despertaron
envidias, en este caso peligrosas, ya que empezó a correrse el rumor de que
andaba en tratos con Satán y que sus extensos conocimientos anatómicos no eran
tanto producto de su estudio y esfuerzo, sino resultado de un pacto con el
Diablo, llegándose a correr la voz de que cumplía los deseos del maligno en los
cuerpos de las personas.
Todos estos rumores eran
muy perjudiciales para la salud de Andrés de Proaza, que los iba apartando como
buenamente podía, pero llegó el año 1550 y se desencadenaron los acontecimientos
que dieron lugar al desagradable final del portugués.
En ese año de 1550 desapareció
un niño de 9 años en las inmediaciones de la Calle Esgueva, la zona donde Proaza
tenía su residencia, y que es donde hoy está situado el bar El niño perdido, de
ahí su nombre, por lo que autoridades y vecinos se pusieron a la búsqueda del
crío durante varios días hasta que por fin se tuvieron las primeras pistas de
su posible paradero, y es que los propios vecinos del médico relataron que
desde el sótano de su residencia se escuchaban gemidos, llantos y ruidos
extraños, a lo que añadieron algo todavía más alarmante, como era el hecho de
que por el desagüe de su casa era habitual que el agua corriera con restos de
sangre.
Portada del bar El niño perdido, que toma su nombre de esta historia |
Las autoridades estimaron
que estos hechos denunciados por los vecinos de Andrés tenían ciertos visos de
credibilidad, con lo que decidieron acudir a la casa del sefardí para hacer un
pequeño registro, pero lo que encontraron fue más allá de lo que todos podrían
esperar: el cadáver del niño desaparecido se encontraba en una mesa del sótano
totalmente despedazado con signos evidentes de haber sufrido una autopsia en
vida, y no solo eso, sino que en ese mismo espacio se encontraron otros órganos
humanos y cadáveres de gatos y perros diseccionados, además de numerosa
documentación sobre las actividades del portugués.
Como os podéis imaginar,
tras este espeluznante hallazgo las autoridades universitarias, que eran las
competentes al tratarse de un alumno de la Universidad de Valladolid, lo
detuvieron y fue entregado al Santo Oficio, que lo encarceló y lo torturó,
hasta que terminó confesando.
Al parecer, Andrés de
Proaza negó una y otra vez tener pacto alguno con el diablo, si bien confesó
que cada vez que se sentaba en el sillón que utilizaba para dejar constancia de
las notas y conclusiones que sacaba de sus autopsias ilegales, entraba en
trance y percibía luces sobrenaturales, forma en la que le era transmitido un
saber oculto que le obligaba a escribir textos nigrománticos y detalladas
instrucciones sobre cómo practicar un autopsia en una persona viva, lo cual no
ayudó a su defensa, ya que el Tribunal estimó que el mismísimo Diablo intentaba
comunicarse con él a través del sillón.
Tratando de evitar la
muerte, o de que al menos esta fuera lo menos dolorosa posible, el médico contó
una interesante historia sobre cómo se hizo con el famoso sillón.
Al parecer, este objeto
le fue entregado por un nigromante navarro en 1527, quien se lo regaló en
agradecimiento por ocultarle en su casa y haberle salvado de esta forma de la
Inquisición, pero ese presente venía con una seria advertencia sobre su uso:
solamente un médico titulado podía sentarse en él sin correr ningún riesgo, si
lo hacía otra persona, al tercer día moriría de un síncope fulminante.
Esta confesión no le
sirvió de mucho al acusado, ya que fue condenado a morir en la hoguera y todos
sus bienes fueron embargados, pena accesoria que creo que al médico no le
importaría excesivamente dado el desenlace que iba a tener su vida, pero que
dio pie a que la famosa silla iniciara su camino.
Como os decía, los bienes fueron embargados y subastados, aunque nadie quiso realizar postura alguna debido a los antecedentes de su anterior dueño, con lo que terminaron en un principio en algún almacén desconocido de la ciudad, y posteriormente acabaron formando parte del mobiliario de la Universidad de Valladolid, donde los muebles permanecieron durante siglos y la famosa silla empezó a labrarse su fama, y es que según se cuenta, un bedel de la universidad, al ver tan a mano una silla de apariencia tan cómoda y señorial, decidió adoptarla como su lugar de descanso durante el horario de trabajo, desoyendo o desconociendo la advertencia que pesaba sobre la silla, y dado que no era estudiante de medicina, sufrió la desagradable consecuencia del fallecimiento de forma repentina al tercer día.
Palacio de Fabio Nelli, lugar en el que se custodia El sillón del diablo |
Pero aún habría otro fallecimiento
extraño. Durante unas obras en el edificio, uno de los albañiles tomó esta silla
como lugar para almorzar, y su osadía tuvo la misma consecuencia que la del
pobre bedel: muerte fulminante al tercer día.
Estas historias sobre el
fallecimiento de estos desafortunados trabajadores no están confirmadas
documentalmente, pero parece claro que “la silla del Diablo” algún problema
tuvo que dar, ya que se vuelve a tener noticias de ella en pleno siglo XX,
cuando se inventariaron los bienes de la Universidad de Valladolid, dejándose
constancia de que la silla se encuentra en la antigua capilla de la Universidad
de Valladolid, sujeta a la pared boca abajo y a una altura considerable para
que nadie pudiera sentarse en ella. No parece el lugar más natural para colocar
una silla…salvo que se trate de una silla que ha causado algún hecho
desagradable, ¿no creéis?
Una vez que se derribó el
edificio histórico de la Universidad, la silla se trasladó al Museo Provincial
de Valladolid, instalado en el Palacio de Fabio Nelli, donde puede ser
observada por los visitantes, eso sí, rodeada por una cinta para evitar que
nadie se siente en él, no vaya a ser que alguien que no conozca su leyenda, la
aprenda en sus propias carnes…
Comentarios
Publicar un comentario